DE PROVOCACIONES Y TRIBUTOS

EL aguante

La Capacidad de una Sociedad para Enfrentar Tiempos Adversos

 

La cita era en el Club Estrella Blanca, donde Lanús Oeste comenzaba a coquetear y amalgamarse con la expansiva Villa Caraza. No estaba justamente cerca de la Estación de Trenes, ni de las vías divisorias entre un Lanús Este algo más pretencioso y un Lanús Oeste más arrabalero. Por el contrario, digamos que había que andar varias cuadras hacia la profundidad de un suburbio, que en los sesenta, estaba teñido de infinidad de talleres, portones de pequeñas fábricas, galpones y veredas manchadas de aceite o grasa, como testimonio de la industrialización del entonces.

Nuestra escuela, la No. 19, la “Yapeyú”, la de los dos patios (arriba y abajo) tenía un empeñoso equipo de fútbol formado por pibes de 11 y 12 años. Algunos padres entregados y generosos nos habían conseguido una camiseta para uniformarnos y de esa forma, aunque sea en sueños, sentirnos como verdaderos jugadores del balompié. Y allí estábamos, orgullosos con esa casaca que al dárnosla, nos dijeron “Chicos, es muy linda, es la que sabe usar River y es parecida a la de Chacarita”. Por mi parte, si bien mi zurda no era mala, más me las ingeniaba en el arco, entonces rincón de los malos jugadores o de los gorditos. Hoy a casi sesenta años, quiero pensar que era buen arquero, por lo menos aparentaba serlo ya que imitaba el andar bamboleante del Tarzán Antonio “Tano” Roma (Boca Juniors) y me vestía al estilo de la Araña Negra, Lev Yashin (1929-1990) histórico portero ruso. El ruso tenía facha, estilo y era aclamado en la URSS de entonces. Hoy me pregunto como habré sabido de su existencia, sin pack fútbol, sin televisión de cable y la respuesta seguro me la podría dar mi amigo, el Maestro Don Ernesto Cherquis Bialo, pluma estrella de “El Gráfico”.

Pero claro, esa mañana y frente a nosotros, teníamos a la máquina de la Escuela No. 212 que sin perder partido alguno en varios años, venía aniquilando rivales en seguidilla matadora. Se decía que se decía que usaban pibes que no eran de la Escuela o que algunos incluso eran mayores de doce años y que “hasta el 9 se había probado y fichado en el Club Lanús”. Toda la semana previa, al estilo del cuento de Osvaldo Soriano (1943-1997) “El Penal más Largo del Mundo”, nuestros padres, nuestros maestros y algún tío que había sido ayudante de algún club de verdad, nos repetían sin césar “Chicos la cuestión es aguantar. Aguanten y aguanten. Ellos se terminarán poniendo nerviosos y de contra se la ponemos”. Esa mañana, en el Estrella Blanca, estaban todos los que debían estar, sobre todo las pibas, ya que siempre he afirmado que un gol era más gol cuando “ella” te estaba mirando. Como dice mi amigo el Negro, “éramos de la cochería”, pero la cuestión del Aguante y el Orgullo lo teníamos grabado a fuego. El Aguante, en ese momento, tenía la lógica de soportar para luego intentar ganar. No era un Aguante hacia el sopor de la entrega. Era un Aguante como sinónimo de lucha. Y aquí el lector ya debiera empezar a entender hacia donde va mi provocación de estas líneas.

Para no hacer más larga esta introducción al tema central de hoy, diré que metimos pata fuerte todo el partido, hicimos mil mañas, lo volvimos loco al zaguero grandote de ellos y que faltando solo minutos, el Aguante se empezó a transformar en Gloria y Epopeya. Primero yo me atajo una pelota cruzada a mi ángulo izquierdo, que el nueve muy zaino había pateado de puntín, cuando todos sabíamos que de “punta no valía”. Hoy con los años se agiganta esa atajada y me es reconfortante pensarla como una volada de palo a palo, cuando quizás solo fue una leve inclinada hacia mi siniestra. Luego, me paré rápido y se la pasé de contra a Cabrera quién corrió y corrió para clavársela con furia en el rincón de las ánimas a un arquero sorprendido ante tal irreverencia y por nuestra falta de respeto justamente hacia ellos, tremendo rival de fuste. Final, victoria y por supuesto algunas piñas. El Aguante nos había permitido ganar y sobre todo, no entregarnos jamás antes de entrar a la cancha, cuando todos nos daban por perdidos.

Henry Matisse (1869-1954) fue un enorme pintor francés, maestro en el uso de los colores y por la soltura en sus dibujos. El también tuvo su Lanús, ya que se crio en las marginalidades de un pequeño pueblo al norte de Francia. Sus padres, humildes comerciantes, le regalaron unos pinceles y lápices y nunca paró de pintar y sin duda nunca paró de soñar. El Aguante de Matisse, es que pocos saben que desde 1941 en adelante debió pintar sentado ya que un cáncer de colon lo mantenía más sentado y postrado que bien parado. La ilustración de esta nota, es de 1950 donde lo vemos dibujando desde su misma cama. Muchos dicen que la mejor producción de Matisse fue justamente desde 1940 hasta su muerte en 1954, de hecho muere en la misma cama con la cual abro este espacio de reflexión. Ya amilanado, con dificultades múltiples para moverse, Matisse seguía pintando sus lienzos y fantaseando infinitos.

En el país de las escuelas cerradas y los casinos abiertos, me pregunto cual es nuestra capacidad de resiliencia y sobre todo quisiera saber donde quedó nuestra llama de rebeldía para enfrentar esta adversidad. Acaso no debieran marchar los mismos alumnos y sus propios padres, reclamando clases ya que no marchan los mismos maestros? Los funcionarios se culpan entre ellos y no veo a los actores centrales, docentes y estudiantes, parados en el frente de las escuelas, pidiendo volver a estudiar. Podríamos tener, tal vez, una suerte de “Mayo Francés” para cortar esta inacción pobre, chiquita, casi pueblerina? Debo entender entonces que les es cómodo a todos mantener este status quo de congoja y adormilamiento?. Debo entender que la sociedad entera decidió no volver a las aulas?. No se dan cuenta, como en Mayo del 68, “que bajo los adoquines está la playa”. Con la inercia actual, solo la noche por delante.

Definamos a la Resiliencia como la capacidad de las personas para anteponerse a las distintas contrariedades que se le pueden presentar. Una sociedad resiliente puede desarrollar conductas positivas y no auto destructivas. La sociedad del Aguante puede soportar los stress más extremos y aún así, salir hacia delante teniendo las agallas luego de haber tolerado amenazas y conflictos. Pareciera que estamos entregados y quienes nos gobiernan tienen la mediocridad de los que solo quieren defender sus atribuciones y ventajas obtenidas por décadas. De un lado, la burocracia de los buenos sueldos, la de las jubilaciones de privilegio (si son retroactivas mejor, y si son sin pagar impuestos mucho mejor aún), sin dejar pasar por alto de los que tienen autos con dirección en un médano o hasta los que pudieron cumplir el sueño de tener la fábrica de billetes propia. Del otro lado, no está ni la Escuela No. 19 ni la No. 212 de Lanús, que por fuera de tener aguante, tenían prepotencia y sueños de inmortalidad. Hoy del lado del verdadero pueblo pareciera haber solo almas adormecidas, algunas bajo el somnífero piadoso pero a la vez ofensivo, de los planes de asistencia; están los empresarios que no les alcanza para cumplir con los 168 impuestos que Gustavo Lazzari, siempre nos cuenta. En suma una masa de silencio y dolores sin rebeldía. Es el Aguante de Matisse desde su cama, pero sin pintar “Danzas” ni tirar “Desnudos Azules” al cielo desde su cama. Es simplemente dejarse morir.

Marthin Luther King definía como nadie la clave de su lucha: Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos perder la esperanza infinita”. Y desde otro lado, Bob Marley dice en una de sus canciones “No sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción que te queda”.

En mi vida tuve momentos muy adversos y no solo uno, fueron varios, dolorosos, traumáticos,  casi furiosas trompadas al medio de la jeta. Sin embargo cada vez que la sombra me venía, me transportaba en el tiempo al Club Estrella Blanca y esa volada ante “la” 212 se me hacía cada vez más alta, más larga y mi pase a Cabrera era cada vez más preciso, más lejano y más a su pie. Curiosa la forma que tenemos algunos muchachos para ponerle el pecho a las balas.

 

Tributo a Henry Matisse (1869-1954)

 

18 de enero 2021.

 

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