DE PROVOCACIONES Y TRIBUTOS

Si la Vida sale Cara, probemos con la Muerte

Miró fijo al reportero y con una única y explícita frase enterró para siempre jamás, toda la lucha de la humanidad por lograr una mejor calidad de vida a edades avanzadas: “El problema ahora, es que treinta años atrás teníamos que mantener a una persona hasta los 70 años. Y ahora la tenemos que mantener hasta los 85”. Y para que quedara bien clara su darwiniana definición, remató: “Y encima ahora sale mucho más caro mantenerla viva por todas las medicinas y tecnologías que se necesitan”. Este lector, ahora devenido en pretencioso escritor, impávido y conmovido, pensó: Si la vida sale cara, debiéramos probar entonces con la muerte (robando la frase a un viejo concepto sobre Educación e Ignorancia).

Adolfo Bioy Casares (1914-1993) escribió a sus 55 años, una cruda novela llamada “Diario de la Guerra del Cerdo”, en la que relata una guerra entre jóvenes y viejos. Isidoro Vidal despierta un día y descubre que hordas de jóvenes comenzaron a atacar y a amenazar a los muy mayores. Vidal que transita esa edad en que aún no puede considerárselo viejo, vive en un conventillo de habitaciones modestas y tiene miedo, mucho miedo. Más aún cuando se entera que mataron a “Don Manuel”, el vendedor de diarios de la esquina. La novela discurre entre los “viejos” que quieren salvarse y estos fanáticos jóvenes que pelean para acabar la vida de los gerontes (del griego “Gerón”, cuyo significado es anciano). Estos últimos simplemente anhelaban llevar delante una vida normal, pero todo el entorno se volvía agresivo y sentían, sobre todo de los más jóvenes, una profunda repulsión y odio hacia ellos. La novela de Bioy muestra la tensión existente entre dos generaciones: los que se sienten eternos versus aquellos que ya saben que el horizonte final está cercano.

La parábola de “El Diario de la Guerra del Cerdo”, es perfecta para acompañar el pensamiento del letrado mandatario reporteado, ya que Bioy entiende que en esa guerra “los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”. La incitación a matar viejos es enorme ya que no es posible aceptar que estos antes vivían solo hasta los cincuenta años, ahora viven pasando los sesenta y quizás un día lleguen hasta los ochenta o más. Inaceptable, debieran morir antes.

En el otro extremo, Yuval Harari, profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, afirma que para el 2050 el ser humano habrá vencido a casi todas las enfermedades y la vejez dará paso a una vida manipulada genéticamente (que seguramente será muy cara) dando así paso a la raza de los Amortales. Los Amortales serán personas con suficiente dinero como para poder pagar cada diez años, una revisión técnica total de su cuerpo, evitando así la muerte por manejo genético. No serán Inmortales, ya que siempre pueden morir accidentados o asesinados (como lo eran en la novela de Bioy Casares).

El desprecio, el maltrato o el abandono a los mayores está en relación directa con la madurez de la sociedad que los contiene. A mayor maltrato, mayor inmadurez, (delicada manera que tuve para evitar la palabra “brutalidad”). En la prehistoria, donde el único objetivo era la supervivencia, todo se organizaba en rededor de los viejos ya que eran ellos los que podían transmitir las mejores habilidades para la caza, la pesca o el manejo de precarias armas. Los muy viejos, eran tan venerados que se los ubicaba en una posición cercana a lo metafísico ya que podían sanar y alejar a la muerte. Ellos eran los chamanes o brujos y eran alabados y cuidados hasta el fin de sus días. Ya en tiempos más recientes, en la Grecia Helénica, el Senado debía reservar cuanto menos veintiocho de sus miembros a personas de más de sesenta años. Lo hebreos mismos nos legaron, vía el Nuevo Testamento, que el rol de los ancianos debía ser fundamental, único e irreprochable, al punto que ellos debían decidir todas las cuestiones jurídicas y religiosas. Es profusa en la historia la correlación entre vejez y sabiduría. Solo en la Edad Media, el papel del anciano no fue ensalzado, ya que la importancia pasaba más por la fuerza física que por las capacidades mentales. El viejo era considerado un débil, un marginal. Habrán leído nuestros mandatarios mucho sobre el Medioevo y poco sobre Grecia?. Sería bueno que se ilustren un poco ya que para novedad siempre los clásicos griegos son bienvenidos.

Ana ronda los 84 años. Toda su vida trabajó a destajo “cosiendo para afuera” y cuenta que a mucha honra aportó por décadas como “autónoma”. En los buenos momentos llegó a tener una mercería armada con amor y con lo poco que tenía, en el propio garaje de su casa. Su marido, Enrique, viajante de comercio (que no terminó la escuela primaria), recorría dale que dale largos caminos para tejer largos sueños de progreso. Con ese enorme esfuerzo pudieron criar a sus cuatro hijos dándoles una sólida formación educativa, mucho más de la que ellos mismos recibieron. Ana hoy cobra $18.000 más el 75% de la pensión dejada por Enrique, con eso redondea unos $30.000 de bolsillo (unos u$s 200 mensuales). Clara y cruelmente, está por debajo de la canasta básica, por lo que técnicamente es pobre, si no fuera por que su hijo Gerardo vive con ella y de esa forma pueden llevar, PAMI medianamente, una vida ajustada. Sus otros hijos, son también parte del fondo compensador para que ella pueda sobrevivir. Si Ana no hubiera podido comprarse su casa, allá por los setenta, o si no viviera acompañada directa o indirectamente por sus hijos, hoy Ana estaría en la indigencia. Es culpable Ana de querer rebelarse contra un mandatario para vivir más y así ver crecer a sus nietos?. Es qué acaso, ella está en deuda con el país? No será al revés, que es el país el que está en deuda con ella?. La historia de Ana es la de millones de nuestros abuelos.

En la vida de un trabajador, la jubilación es un hito que marca un final pero que a la vez debiera indicar un nuevo comienzo. Jubilación viene del latín “jubilare” que significa “lanzar gritos de júbilo”, quizás demasiado sarcasmo para los tiempos que corren. Desde un punto de vista estrictamente económico la jubilación es un pleno derecho adquirido fruto del producido a lo largo de una vida de trabajo. El sistema fue tan sabiamente pensado que la relación (en casi todo el mundo es similar) es de aproximadamente unos 40/45 años de trabajo más unos 15/20 años de sobrevida hasta la muerte. Quizás quién declaró lo que declaró, estaría pensando que sería más conveniente que el retiro laboral viniera acompañado del retiro final de estas tierras. Decir que “los viejos son un problema” o bien debe ser entendido como una respuesta no pensada fruto del stress o caso contrario es un extrema obscena insensibilidad. En qué momento pasamos a ser descartables? Y no solo descartables, en qué momento pasamos a ser molestos para el sistema?.

Termino con una historia auto referencial. Por años, caminaba las nueve cuadras que había desde mi casa de entonces hasta mi empresa. Subiendo Callao, por la mañana muy temprano, esquivando veredas baldeadas por pulcros porteros, iba con la máxima firmeza que la edad me daba. A mi paso, niños yendo a sus escuelas, diarieros ordenando su parada y sobre todo abuelos que salían en busca del pan del día. Recuerdo perfectamente el momento, finales de 1999, el Dr. Menem estaba dejando un legado de pobreza cercano al 40%, la caída del PBI en el orden del 4% y una tasa de desocupación del 15%. La economía crujía y los jubilados con los eternos atrasos versus la inflación. El lector dirá que miento o que estoy loco, pero con total precisión recuerdo que en el 1200 de Callao, mano impar, una luz me iluminó mientras una voz interna me decía: “Qué tenés pensado para tu vejez?. Así como están las cosas, no tendrás jubilación alguna!”. Y es allí donde nació mi “Plan 60”. Yo tendría unos cuarenta y cinco años, esa edad que el hombre transita creyéndose eterno, cuando la realidad indica que tu medio siglo está a la vuelta de la esquina. Me la tenía que jugar entero.

Dado que nada esperaba del Sistema Jubilatorio, mi “Plan 60” consistía en llegar medianamente armado a mis sesenta años como para no depender de un Estado, que desde que yo tenía uso de razón, se había encargado de menospreciar a los viejos. Tenía quince años por delante, muchos sueños, pero con un reloj que me marcaba que estaba en el segundo tiempo. Debo reconocer que no logré mi “Plan 60” y que el mismo se convirtió en un “Plan 65”. Desventuras, crisis del 2001, equivocaciones, en fin. De todas manera fui un afortunado. Nadie me regaló nada, Pasaron más de 10.000 alumnos por mis aulas y más de 1.000 empleados lo hicieron por mi empresa. Si Dios, mis viejos y mi familia no me hubieran contenido, hoy sería un cuasi indigente más. Pero tuve la fortuna que al andar en mi carro los melones se fueron acomodando. Soy un agradecido a la vida.

Querido País, en mi caso, mano a mano hemos quedado, nada te debo, nada me debes. Pero cuida a mis pares y mantenlos lejos de la parca. No es un pedido. No es un favor. Es una obligación que tienes para con ellos y es la Patria la que te lo demandará.

 

Tributo a Adolfo Bioy Casares (1914-1993)

10 de Noviembre 2020

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